La expropiación del tiempo en el capitalismo actual
No
les tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los
cuales
el laicismo consumista ha privado a los hombres
transformándolos
en brutos y estúpidos autómatas adoradores
de
fetiches”.
Pasolini,
1997: 24.
Caminamos
en silencio. En medio de uno de esos silencios
que
son la mejor forma de comunicación”.
Sepúlveda,
2010: 90
En
este texto se analiza un asunto crucial de la expropiación de los
bienes comunes en el mundo de hoy por parte del sistema del capital,
pero sobre el cual poco se reflexiona. Nos referimos a la
expropiación del tiempo de la mayor parte de los seres humanos. La
exposición parte de recordar en forma breve la manera como la
expropiación inicial del tiempo, cuando surge el capitalismo
industrial, estaba relacionada con la conversión de campesinos y
artesanos en obreros asalariados y se limitaba al ámbito fabril.
Luego se consideran los rasgos generales de la expropiación del
tiempo en nuestra época, recalcando el papel que desempeñan las
tecnologías de la información y la comunicación. Por último, a
partir de este análisis general se presenta el recuento de algunos
aspectos emblemáticos de expropiación del tiempo, tal como los
supermercados, la siesta, la noche, la comida rápida y la memoria y
la historia.
Con respecto al papel de las Nuevas Tecnologías
de la Información (NTI) valga señalar que se enfatiza en el papel
que han desempeñado como un factor importante, en la lógica del
capital, de expropiar el tiempo de la gente, tanto dentro como fuera
del ámbito laboral. Como este es el objetivo prioritario de este
ensayo, no se consideran las múltiples y contradictorias
posibilidades de esas NTI como medio de comunicación y difusión de
información, lo cual amerita otro tipo de estudio que queda fuera
del tema aquí propuesto.
1. Primeros momentos del capitalismo industrial
En un principio la expropiación del tiempo en el
capitalismo industrial estaba referida de forma preferente a los
obreros y al ámbito laboral, porque se trataba de convertir a
antiguos campesinos y artesanos, que tenían su propio manejo del
tiempo –algo muy diferente al tiempo abstracto del capitalismo,
regido por el reloj-, con sus ritmo lento y pausado, en el que se
mezclaba la actividad productiva, con la fiesta, el calendario
religioso, el carnaval, el descanso, la vida en común. Los
trabajadores resistieron en este primer momento con la huida y el
abandono de los sitios del trabajo, proclamando de manera implícita
el “derecho a la pereza”, un principio prioritario en la
resistencia a la proletarización.
Cuando el capitalismo logró crear la primera
generación de trabajadores asalariados los disciplinó en
concordancia con sus intereses de valorización y de generación de
ganancias y se empezó a regir por la célebre máxima “el tiempo
es oro”. En este segundo momento, los trabajadores habían sido
sometidos y ya no luchaban contra el nuevo ritmo temporal -el del
cronómetro- sino por el acortamiento del tiempo de trabajo, lo que
indica que se había aceptado el nuevo ritmo temporal, abstracto y
vertiginoso del capital. Un componente fundamental de la lucha
histórica de los trabajadores de todo el mundo, cuando ya habían
asumido su condición de asalariados, se centró en plantear la
separación entre el tiempo de trabajo en el ámbito fabril, y luego
en todos los sitios de trabajo (oficinas, escuelas, hospitales…)
respecto al resto del tiempo, lo cual se expresó en la lucha por los
tres ochos (8 horas de trabajo, 8 horas de estudio, 8 horas de
descanso). Esta lucha generó importantes movilizaciones y épicas
conquistas de la clase obrera, entre las cuales la más relevante,
por el simbolismo que connota, es la del Primero de Mayo. Con esa
celebración se trataba de arrancarle al capital un día al año, en
el cual los trabajadores no estaban sometidos al ritmo infernal del
despotismo del capital, y en ese día podían marchar, gritar y
protestar o desarrollar actividades propias de la cotidianidad de los
trabajadores. Fueron estos espacios externos al escenario de la
fábrica, aunque ligados a la misma, en donde se gestó y se
construyó una cultura obrera. Esa cultura disfrutaba su tiempo libre
a su manera: jugando futbol, tomando trago en la taberna, fundando
bibliotecas populares, impulsando clubes contra el consumo de
alcohol, fomentando la publicación de libros, periódicos y revistas
de los trabajadores, organizando salidas a las afueras de los pueblos
y ciudades en compañía de sus familias…
Durante toda la época del fordismo, los
trabajadores lograron mantener la separación entre el tiempo de
trabajo y el tiempo de ocio. Incluso, en la época del Estado de
Bienestar, y sus diversos remedos en todo el mundo, los trabajadores
obtuvieron como una de sus conquistas fundamentales el derecho a
disfrutar de vacaciones durante unas semanas del año. Para hacer
frente a esta realidad, el capitalismo procedió a mercantilizar el
tiempo libre de los trabajadores y convertirlo en tiempo de ocio,
mediante el fomento del consumo individual y familiar y haciendo que
ese tiempo estuviera regido por la lógica del capital, porque, por
ejemplo, las vacaciones se disfrutan en hoteles, balnearios o playas
en las cuales se despliega una actividad mercantil que genera
ganancias. Por esa razón, Herbert Marcuse señalaba que a una
sociedad libre corresponde un tiempo libre y a una sociedad represiva
un tiempo de ocio.
2. Generalización de la expropiación del tiempo
En el mundo contemporáneo, la expropiación del
tiempo se ha extendido a todos los ámbitos de la vida y no se
limita, como antes, al terreno laboral. En el capitalismo actual la
expropiación del tiempo de la vida se expresa, de manera paradójica,
en la falta de tiempo. Esto es ocasionado por el culto a la
velocidad, la aceleración de ritmos, la dilatación de los trayectos
de las ciudades, la incorporación de las periferias urbanas mediante
la generalización del automóvil, los embotellamientos por el exceso
de vehículos privados, la conversión del ocio en una mercancía, la
omnipresencia esclavizante del celular, el sometimiento al televisor,
frente al cual las personas pasan una buena parte de su existencia,
la ampliación de la jornada de trabajo… Un dicho africano expresa
de manera contundente nuestra falta de tiempo: “Todos los blancos
tienen reloj, pero nunca tienen tiempo” (Chesneaux, 1996: 41).
Esta expropiación del tiempo de la vida está
relacionada con la definición del poder en términos del control del
tiempo ajeno. En concreto, para decirlo en términos de David Anisi:
Todos partimos de una igualdad básica. Independientemente de nuestras coordenadas sociales, el día tiene veinticuatro horas para todos. Técnicamente el tiempo es algo imposible de producir. Sólo el ejercicio del poder, al apropiarnos del tiempo de los demás, puede acrecentarlo. El poder se mide como la relación entre el tiempo obtenido de los demás y el tiempo necesario para conseguir esa movilización (Anisi, 2006: 14).
Hasta ahora, a importantes sectores de la sociedad
el capitalismo no les había podido expropiar su tiempo, si
recordamos que “el tiempo es el único recurso del cual pueden
disponer gratuitamente los que viven en el escalón más bajo de la
sociedad” (Sennett, 2006: 14). Esto era aplicable a gran parte de
la población que habitaba en los países periféricos y también
concernía a las personas que se encontraban en los territorios de la
antigua Unión Soviética y de Europa oriental. En el caso de
nuestros países, pobres y periféricos, al capitalismo sólo le
interesaban aquellas personas que pudieran convertirse en
trabajadores asalariados, fueran potenciales consumidores de
mercancías materiales o pudieran pagarse unas vacaciones –como
manera de expropiarles el tiempo libre, convertido en tiempo de ocio
mercantil, comercializado en forma de paquetes turísticos.
Las personas más pobres, que no podían, ni
pueden, convertirse en trabajadores asalariados, que no cuentan con
dinero para consumir a vasta escala y que tampoco tienen ingresos
para ir de vacaciones, ahora soportan la expropiación de su tiempo,
por medio, principalmente, del teléfono celular, convertido en un
verdadero objeto de consumo masivo, tan omnipresente hoy en día como
los relojes de mano. Todas las clases sociales usan celulares, aunque
de diferente precio y calidad, pero con la misma finalidad de
consumir tiempo en una comunicación perpetua, y en la mayor parte de
los casos innecesaria. Eso lo hacen también los pobres, sin empleo y
en condiciones indignas de vida (sin escuelas, sin salud, sin
ingresos económicos, sin ninguna perspectiva vital, aprisionados en
tugurios, sin agua potable…), que invierten lo poco que tienen en
la compra de un celular y en adquirir tarjetas para hablar. En ese
sentido, puede decirse que hoy ni siquiera los pobres pueden disponer
gratuitamente de su tiempo, pues se les ha expropiado y se les ha
obligado a usarlo de forma permanente en parlotear en el celular o en
ver televisión basura, con lo cual no sólo pierden su tiempo sino
que producen fabulosas ganancias a los emporios multinacionales que
controlan y manejan la economía de los teléfonos celulares.
En el caso de la antigua URSS y los países de
Europa oriental, la gente constata la magnitud de los cambios
experimentados en los últimos veinte años en el “tiempo perdido”.
Las personas que hablan de la época anterior a 1989-1991 coinciden
en que antes les sobraba tiempo para tener amigos, visitarlos, hablar
con ellos, conversar y compartir. Ahora, nada de eso existe, porque
el capitalismo ha impuesto un ritmo frenético y veloz, en el que ya
no les queda tiempo para nada, ni para los amigos, ni para disfrutar
de alguna actividad cultural o de goce personal (leer, ver una
película, ir a un concierto o a una obra de teatro), algo que no
sólo era gratuito hace un cuarto de siglo sino que convocaba a
importantes sectores de la población. Hoy predomina el tiempo
cuantitativo, vacío, homogéneo y abstracto, que se expresa, entre
otras muchas cosas, en la generalización de la televisión basura al
más puro estilo estadounidense. Las bibliotecas están vacías, se
ha reducido dramáticamente la lectura y la compra de libros. A
cambio, la mayor parte de la gente malvive en el rebusque diario para
conseguir su sustento y un ritmo vertiginoso caracteriza sus
existencias pauperizadas.[1]
En síntesis, con la universalización del
capitalismo lo que hoy se está viviendo es la plena “subsunción
de la vida al capital”, que implica que se han mercantilizado y
sometido a la férula del tiempo abstracto todos los aspectos de la
vida. En concordancia con este presupuesto, el capital ha rotó la
distancia que separaba el tiempo de trabajo y el tiempo libre, o el
tiempo de la vida. Eso se ha logrado con la utilización de múltiples
estrategias, entre las que sobresalen la flexibilización laboral,
que no es otra cosa sino el alargamiento de la jornada de trabajo y
el regreso a formas de explotación donde impera la plusvalía
absoluta, la deslocalización de empresas a otros países y
continentes, en los que se puede someter a vastos contingentes de
trabajadores a ritmos infernales y prolongados de explotación diaria
(jornadas de 15 o más horas de trabajo) y, sobre todo, el empleo de
la tecnología electrónica y digital. Este aspecto es tan crucial,
que amerita ser tratado con algún detalle.
Un primer dato, indicativo del fenómeno que
comentamos, está referido a un hecho que contraviene los anuncios de
algunos teóricos del trabajo, como André Gorz, quienes habían
previsto la reducción del tiempo de trabajo y el correlativo
incremento del tiempo libre y de ocio. No obstante, se ha presentado
una situación completamente opuesta a lo anunciado: un incremento
inesperado del tiempo de trabajo en el mundo. Una persona nacida en
1935 llegó a trabajar 95 mil horas; a una persona que nació en 1972
se le preveía una vida laboral de 40 mil horas; y las personas
recién empleadas en la primera década del siglo XXI van a tener que
trabajar 100 mil horas[2]. ¡Toda una
vida de trabajo!, en el sentido literal del término. Si a eso le
agregamos que un habitante promedio de los Estados Unidos, el país
en donde el trabajo es una enfermedad, gasta 1.500 horas al año
metido en su automóvil (lo que en unos 30 años representa 45.000
horas), podemos comprender el predominio del tiempo no libre en el
capitalismo de hoy.
De la misma manera, la introducción de aparatos
microelectrónicos en el ámbito laboral, especialmente el teléfono
celular, ha roto la separación entre tiempo de trabajo y tiempo
libre, o, más exactamente, el tiempo de trabajo ha absorbido el
tiempo libre. En este caso, “el teléfono celular tomó el lugar de
la cadena de montaje en la organización del trabajo cognitivo: el
infotrabajador debe ser ubicado ininterrumpidamente y su condición
es constantemente precaria” (Berardi Biffo, 2010: 27).
Aunque no exista otro momento en la historia del
capitalismo, como el de las dos últimas décadas, en que tanto se
hayan exaltado las libertades individuales, en la práctica tenemos
que el tiempo laboral se ha celularizado y cada día se parece más
al trabajo de los esclavos, porque
ya nadie puede disponer de su propio tiempo. El tiempo no pertenece a los seres humanos concretos (y formalmente libres) sino al ciclo integrado de trabajo. Sólo los desertores escolares, los vagabundos, los fracasados, los ociosos desocupados pueden disponer libremente de su tiempo (íd).
Lo que resulta más significativo con respecto a
la mezcla del tiempo de trabajo y el tiempo libre radica en que, por
lo común, las nuevas generaciones de trabajadores lo aceptan como
algo normal, especialmente los llamados trabajadores cognitivos,
porque conciben al trabajo como la parte más importante de su vida y
ellos mismos tienden a prolongar de manera voluntaria su jornada de
trabajo. Un cambio antropológico y social tan importante se explica
por múltiples razones: la pérdida de vínculos humanos en las
grandes ciudades en donde los nexos entre las personas se han
convertido en un envoltorio muerto y sin placer; la mercantilización
y el culto al consumo como la razón de ser de la existencia humana y
de los trabajadores, lo cual se complementa con la crisis de los
proyectos emancipatorios; el culto a los artefactos tecnológicos
como sustitutos de las relaciones con otros seres humanos; el éxito
del capital en imponer su ideología individualista en la que se
atenúa y se reducen, y en algunos sectores, desaparecen, las luchas
colectivas y se enfatiza la cuestión del triunfo individual, que en
forma supuesta se alcanzaría subordinándose por completo a los
intereses del capital. En resumen,
el efecto que se produjo en la vida cotidiana durante las últimas décadas es el de una des-solidarización generalizada. El imperativo de la competencia se volvió dominante en el trabajo, en la comunicación, en la cultura, a través de una sistemática transformación del otro en un competidor e incluso en un enemigo. Una máquina de guerra se esconde en todo nicho de la vida cotidiana (ibíd.: 87).
Como se ha impuesto la lógica de la
mercantilización absoluta y del consumo como sinónimo de felicidad
humana, se concibe que se debe trabajar y endeudarse, es decir,
dedicar mayor tiempo al trabajo, con la expectativa ingenua de
obtener más dinero para comprar más mercancías, que permitirán el
disfrute del tiempo libre, el cual cada vez es más lejano,
precisamente porque la vida no alcanza para trabajar tanto y
conseguir dinero para pagar las deudas que se han adquirido en la
perspectiva de tener algún día tiempo libre. Así,
Cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para poder consumir, tanto menos nos queda para poder disfrutar el mundo disponible. Cuanto más invirtamos nuestras energías nerviosas en la adquisición de dinero, tanto menos podemos invertir en el goce […] Para tener más poder económico (más dinero, más crédito) es necesario prestar más tiempo al trabajo socialmente homologado. Pero esto supone reducir el tiempo de goce, de experimentación, de vida.
La riqueza entendida como goce disminuye proporcionalmente al aumento de la riqueza como valor económico, por la simple razón de que el tiempo mental está destinado a acumular más que a gozar (íd).
La utilización de los artefactos
microelectrónicos y digitales en el trabajo además de hacer que
desaparezca el tiempo libre, fragmentan y precarizan aún más la
actividad laboral. Esa precarización no es solamente una cuestión
jurídica, en la cual los individuos no tienen derechos, sino que
además supone “la disolución de la persona como agente de la
acción productiva y la fragmentación del tiempo vivido” (ibíd.:
91). Esto quiere decir que en el plano de la organización del
trabajo se generaliza la individualización de las tareas, hasta el
punto que el colectivo trabajador puede ser disuelto, como ocurre en
el llamado trabajo en red, donde ciertos individuos se conectan
durante un tiempo para realizar un determinado proyecto, luego se
desconectan y se vuelven a conectar en el momento en que tienen un
nuevo proyecto. De esta forma, se pone en marcha la “dinámica de
la descolectivización”, un logro muy importante para el
capitalismo de nuestra época, porque
el trabajo se organiza en pequeñas unidades que auto administran su producción, las empresas apelan más ampliamente a los temporarios y a los contratados, y practican la terciarización en una gran escala. Los antiguos colectivos no funcionan y los trabajadores compiten unos con otros, con efectos profundamente desestructurantes sobre las solidaridades obreras (Castel, 2010: 24s.).
Por ello, el capital reclama su derecho de
moverse libremente por el mundo para “encontrar el fragmento de
tiempo humano en disposición de ser explotado por el salario más
miserable” y luego de usarlo lo tira a la basura. Esto es posible
porque el tiempo de trabajo ha sido fractalizado, es decir, se ha
reducido a fragmentos mínimos que luego se pueden recomponer y por
eso el capital busca el lugar donde impera el salario más miserable.
Aunque la persona que trabaja es jurídicamente libre, el control de
su tiempo por un poder extraño, el del capital, lo hace esclavo;
sencillamente, “su tiempo no le pertenece, porque está a
disposición del ciberespacio productivo recombinante” (Berardi
Bifo, 2010: 92). A esta nueva forma se le puede denominar el
esclavismo celular, lo cual se evidencia de manera contundente en el
BlackBerry, un aparato que reproduce el nombre de un instrumento
usado en la época de la esclavitud en los Estados Unidos, que se
ataba en los tobillos de los esclavos para que no huyeran, para que
su tiempo siguiera perteneciendo, por la fuerza bruta, a los
esclavistas. Algo similar sucede hoy, cuando el BlackBerrymantiene a
la gente esclava de otros, principalmente de los patronos y
empresarios, siempre atados de manos y cerebro a ese aparatejo
insoportable.
El tiempo laboral de los trabajadores cognitivos
se ha celularizado porque se divide en fragmentos, en células, que
de manera despersonalizada el capital hace circular por la red, y se
mantiene una conectividad perpetúa, a través del teléfono celular,
que obliga a que los trabajadores precarizados estén disponibles
como esclavos posmodernos, cuando el capital los requiera. Esto es
posible porque ahora “la persona no es más que el residuo
irrelevante, intercambiable, precario del proceso de producción de
valor. En consecuencia, no puede reivindicar derecho alguno ni puede
identificarse como singularidad”, por ende es un esclavo celular y
del celular (íd.). El trabajador se convierte así en un código de
barras, que no importa como ser humano, por su subjetividad, sino
sólo porque es una pieza más de un engranaje conectado en red, a
través de la computadora, Internet y, en la forma más íntima, a
través del teléfono celular.
Y, entre paréntesis, si el objetivo es convertir
a los seres humanos que trabajan en un simple código de barras, como
el de cualquier objeto mercantil que se vende en un supermercado,
también se transforma la escuela y la universidad para hacerlas
funcionales a este propósito. No otra cosa es lo que está
sucediendo en nuestros días con las transformaciones educativas cuya
finalidad es producir terminales humanos que sean compatibles con un
circuito productivo, porque ya el objetivo explícito del capital es
transformar a los seres humanos en engranajes de la producción de
valor en el capitalismo y para lograrlo, o sea, convertirlos en
códigos de barras, hay que eliminar las diferencias culturales e
históricas en los procesos de enseñanza. Eso se expresa, por
ejemplo, en la nueva lengua de la escuela, con sus estándares
universales de créditos, competencias, movilidad internacional,
saberes comunes y homogéneos, acreditación externa, todo lo cual no
es sino la legalización administrativa y pretendidamente pedagógica
de nuestra conversión en códigos de barras.
Y esto tiene que ver con los saberes de forma
directa. En efecto,
La producción del espacio productivo del saber se articula en estrecha relación con la construcción de la tecnosfera digital de red. La dinámica de la red muestra una fundamental duplicidad: por un lado, su expansión requiere un potenciamiento de los agentes sociales del saber. Pero, por otro lado, y al mismo tiempo, somete la transmisión de saber a automatismos tecno-linguisticos modelados según el paradigma de la competencia económica.
Todo agente de sentido, si quiere volverse productivo, operativo, debe ser compatible con el formato que regula los intercambios y vuelve posible la interoperabilidad generalizada en el sistema (ibíd.: 98).
En tales circunstancias, la potencia del
Internet no es otra cosa que una potencia de despersonalización a
vasta escala, de liquidación de la singularidad y de la
individualidad. Se han creado “las condiciones para la reproducción
ampliada de un saber sin pensamiento, de un saber permanente
funcional, operacional, desprovisto de cualquier dispositivo de
auto-dirección (ibíd.: 98s.)”.
Por supuesto, esto genera patologías entre la
población en general y entre los trabajadores en particular, porque
la comunicación obligatoria se ha convertido en una epidemia. Su
lógica es simple pero destructiva de la psiquis individual: si
quieres sobrevivir en el capitalismo actual tienes que ser
competitivo y para serlo requieres estar conectado todo el tiempo,
recibir y enviar información sin pausa, manejar una masa creciente
de datos, suministrar tu tiempo, siempre, a quien lo requiera. Ya no
eres dueño de tu tiempo nunca, ni de día, ni de noche, ni los fines
de semana, siempre debes estar dispuesto a dar tu tiempo a quien te
lo compre a bajo precio. Esto genera un estrés permanente, porque
debe estarse atento a la información que recibes y la que se te
solicita, a la par que tu tiempo disponible para la afectividad y las
relaciones personales prácticamente se reduce a cero. Con estas dos
tendencias se devasta el psiquismo individual. En estas condiciones,
se presenta un cambio trascendental:
Mientras el capital necesitó extraer energías físicas de sus explotados y esclavos, la enfermedad mental podía ser relativamente marginalizada. Poco le importaba al capital tu sufrimiento psíquico mientras pudieras apretar tuercas y manejar un torno. Aunque estuvieras tan triste como una mosca sola en una botella, tu productividad se resentía poco, porque tus músculos funcionaban. Hoy el capitalismo necesita energías mentales, energías psíquicas. Y son precisamente ésas las que se están destruyendo. Por eso las enfermedades mentales están estallando en el centro de la escena social (ibíd.: 179).
Todo esto lo ha hecho posible el capital,
porque desde el momento en que surge la medición del tiempo, en
horas, minutos y segundos, se puede comprar y vender, es decir, el
tiempo se convierte en una mercancía. Hasta no hace mucho tiempo
esto aparecía como algo etéreo, pero hoy se hace evidente de una
manera gráfica. En Colombia, y suponemos que eso se reproduce en
otros países del mundo, las personas que alquilan celulares tienen
unas avisos en papel en los que se puede leer: “Se venden minutos”,
lema comercial que también agitan a viva voz, diciendo “minutos a
100 pesos”. Incluso, las empresas comercializadoras de los
teléfonos celulares no les importa tanto, o por lo menos de manera
exclusiva, que la gente tenga un Móvil, sino que lo use sin pausa,
que hable no ya minutos sino horas o días, lo que ha logrado
plenamente. Por eso, esas empresas ofrecen tarjetas que cada vez
tienen más minutos. Así, se venden tarjetas con las que se puede
hablar durante 2.000 o 3.000 o 5.000 minutos. La gente las compra y
se ve obligada a consumirlas en un tiempo determinado. Es decir, que
de manera forzada tiene que hablar durante 50 o más horas en un
corto lapso de tiempo, unos dos o tres meses. Esto, aparte de generar
una verdadera neurosis individual y colectiva y un chismorroteo
insustancial para comunicarse cosas triviales que no requieren de
ninguna conexión telefónica, es un espectacular negocio para las
empresas de telefonía celular, a costa del tiempo de la gente.
Todo lo señalado constituye una verdadera
expropiación del tiempo personal y produce una neurosis colectiva,
que todos los días soportamos en el bus, en la universidad, en los
teatros, en donde sea, porque tarde o temprano el insoportable sonido
del celular interrumpe cualquier actividad, por sublime que fuese,
como el hacer el amor. Al respecto, en España se dice que un 40 por
ciento de las personas interrumpen relaciones sexuales para contestar
el celular. Aparte de la expropiación del tiempo personal hay otra
expropiación igualmente grave, la de la dignidad individual, la de
la autoestima, porque hasta se ha perdido la pena y la vergüenza:
antes una conversación telefónica era algo privado, de la que no
tenía por qué enterarse nadie que estuviera cerca. Hoy, eso es cosa
del pasado, ya que la gente habla y cuenta sus cosas personales
delante de cualquiera. Esta expropiación de la dignidad es como un
esnobismo público permanente, como se evidencia con las mal llamadas
redes sociales (Facebook y similares), en las que se socializan por
la red, y en forma visual, hasta las relaciones íntimas.
La generalización de la conectividad perpetua
tiene como consecuencia que la gente sienta la necesidad imperiosa de
estarse comunicándose todo el tiempo, enviando mensajes, averiguando
o que le averigüen dónde está y qué está haciendo. Si no se
puede comunicar o no le contestan cunde el pánico, se siente
abandonado. Lo paradójico radica en que la gente se comunica todo el
tiempo, pero eso no es un resultado del enriquecimiento de las
relaciones sociales, sino todo lo contrario, de la muerte de
cualquier relación social. Esto indica que estamos viviendo una
catástrofe temporal, porque en la comunicación virtual y digital
la
presencia del cuerpo del otro se vuelve superflua, cuando no incomoda
y molesta. No queda tiempo para ocuparse de la presencia del otro.
Desde el punto de vista económico, el otro debe aparecer como
información, como virtualidad y, por tanto, debe ser elaborado con
rapidez y evacuado en su materialidad (ibíd.: 184).
En conclusión,
acabamos por amar lo lejano y por odiar lo cercano porque este último está presente, porque huele, porque hace ruido, porque molesta, a diferencia de lo lejano que se puede hacer desaparecer con el zapping… Estar más cerca de quien está lejos que de quien está a nuestro lado es un fenómeno de disolución política de la especie humana. La pérdida del propio cuerpo comporta la pérdida del cuerpo de los demás en beneficio de una especie de espectralidad de lo lejano (Virilio/Petit, 1996: 42, 46).
En consonancia con el tiempo virtual,
instantáneo e inmediato, se impone la velocidad, esa cierta forma de
fascismo que tanto denunció en su momento Pierre Paolo Pasolini, al
señalar el impacto de la tecnología en la vida de la gente en su
Italia de las décadas de 1960 y 1970. Y el culto a la velocidad está
en la base de las diversas formas de expropiación del tiempo en el
mundo contemporáneo, las cuales ameritan un breve análisis.
a) Expropiación del tiempo en el centro comercial y en los supermercados
Un espacio que rompe brutalmente el tiempo
son los centros comerciales y los hipermercados, que establecen una
jornada interrumpida de quince o más horas y todos los días de la
semana. Los dueños de estos supermercados determinan que no se
cierre al mediodía, pauta que siguen otros almacenes y
establecimientos. Así se fractura el horario de la siesta y se
quiebra a los pequeños comerciantes y artesanos. Esto tiene también
consecuencias sobre el tiempo libre y el tiempo urbano, porque
“cualquier instante de nuestro tiempo libre se rellena por algún
tipo de conexión comercial, convirtiendo así al tiempo en el más
escaso de todos los recursos” (cit. en Angulo/Unzueta). Entre esos
efectos se encuentran que la gente que trabaja durante un horario
prolongado y/o los fines de semana descuida a sus hijos y familiares,
se incrementa el uso del automóvil privado y, por ende, los
embotellamientos y la contaminación.
En algunos supermercados de los Estados Unidos se
registra una de las más aberrantes formas de expropiación del
tiempo de los trabajadores, cuando de manera casi inverosímil, ni
siquiera se les permite que vayan al sanitario, en razón de lo cual
esos trabajadores se ven obligados a usar pañales en el sitio de
trabajo, dada la amplitud de la jornada laboral[3]
(cit. en Carr, 2011).
Debe agregarse a tan degradante expropiación del
tiempo de la gente y de expropiación de su dignidad personal, la
generalización del control y la vigilancia sobre los trabajadores,
situación que justifican los empresarios con el argumento que deben
protegerse contra el robo de tiempo por parte de los empleados. Se ha
vuelto algo normal, y no lo es de ningún modo, que los empresarios
vigilen a sus trabajadores de día y de noche, en el puesto de
trabajo y fuera de él, que husmeen en sus correos electrónicos si
usan Internet, graben y registren sus movimientos, controlen sus
actividades personales mediante el celular y los mantengan en
contacto permanente, incluso en los instantes en que los trabajadores
están en sus casas o en sus “momentos de ocio”.
En el centro comercial el logos cartesiano ha
desaparecido para dar paso a la implacable lógica mercantil, que se
resume en la frase “Consumo, luego existo” y ese es, desde luego,
no sólo un consumo de mercancías sino de tiempo, medido
cuantitativamente en dinero, que expresa una auténtica colonización
del tiempo personal. El supermercado y el centro comercial expropian
tiempo a la gente de múltiples maneras, porque se convierten en el
principal lugar de “sociabilidad”, ante la clausura de los
espacios públicos (parques, bibliotecas, teatros), y la sensación
de inseguridad que se pregona por doquier, pero de una sociabilidad
reducida al puro ámbito del consumo mercantil, del desfile de modas,
del mundo sin contradicciones, en donde todo es limpio e iluminado, y
no hay ni pobres ni ricos, porque están unificados por el deseo
hedonista de consumir.
b) Expropiación del tiempo de la comida
La expropiación del tiempo de la gente
barre todas aquellas costumbres y tradiciones, inscritas en un tiempo
lento, de la modorra, de la quietud, todas las cuales son
despreciadas por el capitalismo como expresión de atraso, de pereza,
de falta de competitividad, de ineficiencia, de improductividad y de
mil calificativos por el estilo. Tal cosa sucede con el acortamiento,
desaparición o transformación de cosas tan humanas como comer con
tranquilidad o hacer la siesta.
Fast Food no sólo es un tipo de comida
sino un estilo de vida, con una temporalidad acelerada, en la que se
pierden los nexos sociales que históricamente se han creado
alrededor de la mesa. No vamos a referirnos a sus consecuencias sobre
la salud de la gente, sino a los efectos que tiene en términos de
expropiación del tiempo. La comida es una de las formas culturales
más importantes para cualquier sociedad, porque en torno a ella se
tejen relaciones humanas, en la medida en que se preparan, se
consumen y se degustan los alimentos, los cuales a lo largo del
tiempo gestan tradiciones y costumbres que dan identidad a los
pueblos, porque “comer no es una mera actividad biológica sino
también una actividad vibrantemente cultural” (Mintz, 2003: 78).
El comer en términos culturales se ha basado hasta no hace muchos
años en el sentido de la lentitud, uno de los lujos más preciosos
que existen, porque una buena comida requiere y necesita tiempo, en
su preparación y en su degustación.
Esto queda hecho añicos con la imposición de la
comida rápida, cuyo símbolo principal esta constituido por los
restaurantes McDonald’s, los cuales constituyen un modelo a pequeña
escala de lo que es el capitalismo realmente existente. Primero, en
términos laborales, la fuerza de trabajo empleada en esos
restaurantes es una de las peores expresiones de la flexibilización
y la precarización laboral, tanto por los bajos salarios, como por
las mismas condiciones de trabajo en la que no existe la posibilidad
de protestar y de organizarse sindicalmente. Aunque a primera vista
parezca que el trabajador de McDonald’s es polivalente, porque
realiza una serie de faenas en la venta de hamburguesas, en realidad
esa labor es profundamente monótona y rutinaria, típica del
fordismo, en la que se le prohíbe que tome cualquier iniciativa y no
puede ni hablar con los clientes. Segundo, en términos de los
consumidores, el objetivo de los McDonald’s es llenar de comida a
los comensales para que estos devoren rápido y sin pestañear. Que
coman lo más posible en el menor tiempo, y desocupen el restaurante,
el cual es diseñado sin ningún atractivo interesante y obliga a la
gente a comer e irse de inmediato. Como de lo que se trata es de
promover la rapidez, los platos que ofrecen los restaurantes de Fast
Food son pocos, estandarizados y producidos en serie. De esta
forma, no sólo se come rápido sino siempre lo mismo, con el
pretexto de que así se gana tiempo.
El argumento dominante para justificar la
generalización del McDonald’s es que el capitalismo actual es
profundamente vertiginoso y la forma de comer también lo debe ser.
Se supone que así se está beneficiando al consumidor, lo que en el
caso de la comida chatarra es completamente falso, y no sólo por los
problemas nutricionales y de salud que origina, sino porque altera
aspectos fundamentales de las relaciones sociales de las personas
que, cuando comen, cada vez son más solitarios y acelerados, porque
necesitan tiempo para el trabajo, al cual se le deben dedicar la
mayor parte de las energías individuales. El Fast Food no
deja tiempo ni para la compañía, ni la solidaridad, ni la
hospitalidad.
Habría que preguntarse, además, cuál es el
costo humano y ambiental de la comida rápida, es decir, en que
medida la temporalidad acelerada de los McDonald’s destruye la
temporalidad pausada de la naturaleza y de las sociedades campesinas.
¿En cuantos días o semanas se destruyen los bosques del mundo,
resultado de lentos procesos de evolución natural, en los cuales se
va a producir el pasto que alimenta a las vacas, que van a ser
factorías de carne de las que sale la materia prima de las
hamburguesas?
En este caso, la rapidez que se le imprime al
comer suprime la importancia de los saberes locales, sacrificados a
nombre de un universal superior, la hamburguesa made in USA, y
donde se aplican unas mismas formulas química y recetas que
uniformizan y degradan el gusto y empobrecen los saberes del mundo.
En contraposición, debe reivindicarse la alimentación lenta, en la
cual se respeten las tradiciones alimenticias locales, y la
alimentación refleje valores humanos de buen vivir y compartir, más
allá de la eficiencia y la predictibilidad de lo que se va a
consumir, que recupere los saberes artesanales que se transmiten de
generación en generación y respete lo autóctono y lo natural de un
territorio determinado y se constituya en un espacio para compartir
con familiares y amigos. No por azar, los partidarios de la Slow food
(comida lenta) tienen como símbolo al caracol, tal como lo explica
Carlo Petrini: “Emblema de la lentitud, este animal cosmopolita y
prudente es un amuleto contra la velocidad, la exasperación, la
distracción del hombre demasiado impaciente para sentir y gustar,
ávido para recordar lo que recién ha terminado de devorar”
(Petrini, 2006).
c) Expropiación de la siesta
En cuanto a la siesta se refiere, se ha
hecho dominante su desprecio por considerarla como el mejor ejemplo
de lo que genera el atraso y el subdesarrollo, porque quienes
practican y reivindican la siesta son vistos como perezosos e
improductivos. La siesta en esa perspectiva es una tradición de
holgazanes, que pierden el tiempo y no les gusta trabajar y quien la
hace derrocha el dinero y el tiempo de otros, porque mientras duerme
plácidamente los demás trabajan como bestias, como quien dice la
persona que hace la siesta es vista como un parasito. En contra de
tan discutibles opiniones, propias del tiempo capitalista que sólo
mide la importancia de las cosas y de las prácticas humanas por su
carácter mercantilista y productor de ganancia, la siesta puede
considerarse como un derecho humano fundamental, porque desde el
punto de vista biológico el organismo necesita descansar no sólo
durante la noche sino una vez al día, además que ese breve lapso de
tiempo después del almuerzo en que se puede dormir resulta
trascendental para desarrollar todas las actividades individuales. La
siesta ayuda en el rendimiento individual, incrementa la capacidad de
atender y concentrarse en determinada labor, contribuye a mejorar la
vida sexual, la memoria y el genio, retrasa el envejecimiento, reduce
el estrés y la ansiedad. Según Sara C. Mednick, psicóloga y
experta en el sueño humano, la siesta es tan importante que «hace
que el cerebro opere con la máxima eficiencia, que el cuerpo sea más
ágil y sano y, por encima de todo, no tiene efectos colaterales»[4].
Si todo esto es cierto, la expropiación de la
siesta se constituye en un atentado contra la salud de los seres
humanos y por eso hoy adquiere mucho sentido plantearse una
revolución de la siesta, que la reivindique como un derecho humano
fundamental, en estos tiempos vertiginosos en que no queda tiempo
para aquello que no esté regido por la lógica de la ganancia y de
la acumulación.
d) La expropiación del tiempo de la noche
Hasta no hace muchas décadas la noche
estaba consagrada al descanso y al reposo, salvo en las fábricas
donde desde finales del siglo XIX, tras la invención de la luz
eléctrica, el capitalismo había implantado la jornada perpetua de
24 horas de trabajo, en unidades productivas que nunca cerraban y en
las cuales las máquinas no se detenían jamás. A ese ritmo febril
se tuvieron que acoplar a la fuerza los obreros, que debieron
repartirse los turnos y laborar en la noche. Esa fue la primera
expropiación del tiempo nocturno, un momento en el cual nuestro
reloj biológico, por disposición genética, nos dice que debemos
dedicarnos a descansar, porque nuestro organismo está adecuado para
eso y no para estar despierto y menos trabajando.
Después, cuando la luz salió de las fábricas y
se extendió por las ciudades, en el siglo XX, se alargó el tiempo
cotidiano de la gente, que podía salir y deambular en la noche. En
el último medio siglo en casi todo el mundo se presentó otro cambio
drástico que se proyecta hasta el día de hoy, consistente en que la
televisión se fue convirtiendo en un instrumento permanente en los
hogares y cada vez se fue ampliando más el tiempo de transmisión
televisiva, hasta durar hoy las 24 horas del día. En este caso, se
asiste a la expropiación del tiempo personal de las familias que
empezaron a dedicarle una parte sustancial de sus vidas a ver
televisión, que en algunos casos, como en los Estados Unidos, supone
que cada persona vea en promedio siete horas diarias de televisión,
en razón de lo cual ese aparato se ha convertido en uno de los
principales medios de educación de nuestra época.
Esta expropiación de la noche que acompaña la
desbocada urbanización en el mundo produce cambios significativos en
el comportamiento de los seres humanos y una modificación brusca del
entorno natural y de los ecosistemas, así como de las costumbres y
hábitos temporales de las personas, que pierden todo vínculo
evidente y directo con la naturaleza y sólo se relacionan con el
medio artificial, principalmente con la luz eléctrica. Ya lo decía
Pasolini en uno de sus últimos escritos que se habían acabado las
luciérnagas en la Italia de comienzos de la década de 1960 y que
las nuevas generaciones no tenían ni idea que aquéllas habían
existido y, por lo tanto, no podían quejarse por su desaparición.
En donde habían luciérnagas ahora aparecían centros comerciales,
propiedad de capital transnacional, y en contra de esa presunta
modernización en la que se adora el cemento, la luz de neón y el
fulgor y sonido de los artefactos electrónicos, Pasolini declara:
“Yo, por más multinacional que sea, daría toda la Montedison (un
centro comercial) por una luciérnaga” (Passolini, 1983).
Así como han desaparecido las luciérnagas,
también han desaparecido las estrellas en la noche, o mejor, nunca
las vemos porque no tenemos ni tiempo ni espacio para mirar hacia
arriba. La luz artificial nos ciega o estamos resguardados, los que
podemos, en nuestras cuatro paredes ante la luz espectral del
televisor.
e) La expropiación de la memoria y del pasado
Haremos mención al aspecto crucial de la
expropiación de la memoria y del pasado de las sociedades, las
culturas y los seres humanos. Para comenzar, un punto de partida
crítico está referido a la manera como el abuso de los artefactos
electrónicos, de manera principal Internet y el Celular, están
alterando el funcionamiento del cerebro en general y de la memoria en
particular. Al respecto valga señalar que las denominadas
tecnologías intelectuales tienen un impacto directo sobre el
funcionamiento del cerebro, hasta tal punto que, según estudios
neurológicos, lo que se está alterando es nuestro propio cerebro y
no solamente la forma en que nos comunicamos. Esto lo han confirmado
estudios en los que se señala el impacto contundente sobre la
memoria a largo plazo, la más importante que tenemos, y la memoria a
corto plazo. La primera memoria guarda recuerdos que duran mucho
tiempo, incluso de por vida. La segunda aloja recuerdos que duran muy
poco, en muchos casos sólo unos cuantos segundos. La memoria a largo
plazo es la sede del entendimiento, porque no sólo almacena datos y
hechos sino, lo más importante, conceptos y esquemas, los cuales
permiten organizar datos dispersos. Como lo dice John Swellwr, un
estudioso del asunto: “Nuestra capacidad intelectual proviene en
gran medida de los esquemas que hemos adquirido durante largos
períodos de tiempo. Entendemos conceptos de nuestras áreas de
pericia porque tenemos esquemas asociados a dichos conceptos” (cit.
en Carr, 2011: 153).
Ahora resulta que con la sobrecarga de información
a que estamos expuestos todos los días por los sistemas
microelectrónicos nos saturamos de datos que asume la memoria de
corto plazo, sin poderla conectar con la información almacenada en
la memoria de largo plazo. En tal caso, no estamos en capacidad de
distinguir lo relevante de lo irrelevante, o en otras palabras,
estamos perdiendo la memoria y “nos convertimos en descerebrados
consumidores de datos” (ibíd.: 153).
Lo que resulta sintomático de la presión a que
está siendo sometido nuestro cerebro y nuestra memoria de largo
plazo se muestra con el hecho que, en gran medida, los cultores de la
inteligencia artificial están adecuando la memoria de corto plazo a
la lógica de funcionamiento de los ordenadores, lo que quiere decir
que “entrenamos nuestros cerebros para que presten atención a
tonterías”, algo que tiene funestas consecuencias sobre nuestra
vida intelectual. En resumen:
Las funciones mentales que están perdiendo la “batalla neuronal por la supervivencia de las más ocupadas” son aquellas que fomentan el pensamiento tranquilo, lineal, las que utilizamos al atravesar una narración extensa o un argumento elaborado, aquellas a las que recurrimos cuando reflexionamos sobre nuestras experiencias o contemplamos un fenómeno externo o interno. Las ganadoras son aquellas funciones que nos ayudan a localizar, clasificar y evaluar rápidamente fragmentos de información dispares en forma y contenido, los que nos permiten mantener nuestra orientación mental mientras nos bombardean los estímulos. Estas funciones son, no por casualidad, muy similares a las realizadas por los ordenadores, que están programados para la transferencia a alta velocidad de datos dentro y fuera de la memoria. Una vez más, parece que estamos adoptando en nosotros mismos las características de una tecnología intelectual novedosa y popular (cf. ibíd: 174s.).
Para los apologistas de las Nuevas
Tecnologías de la Información esto significa que el cerebro se
reduce a un instrumento que procesa datos y, en tal caso, la
inteligencia humana ya no se diferencia de la llamada inteligencia
artificial. Esta concepción taylorista aplicada al cerebro, la
reproduce muy bien Google, cuyos gestores conciben a la inteligencia
como un proceso mecánico, constituido por una serie de pasos que se
pueden aislar, medir y optimizar, como el taylorismo ha hecho con la
división de tiempos y tareas para producir tornillos o automóviles.
En esta perspectiva, no resulta sorprendente que
se confundan la memoria de los seres humanos con los espacios en que
se almacena información de los computadores y a eso se le llame
memoria, sin rubor alguno. La confusión resulta crítica porque de
allí se desprende que el computador puede remplazar a nuestra
memoria biológica. No por azar, ciertos apologistas de la tecnología
lo dicen sin titubear: “Con un clic en Google, memorizar largos
pasajes o hechos históricos” ya es algo obsoleto y en tal caso
memorizar se considera una “pérdida de tiempo” (Don Tapscotott,
cit. en Carr, 2011: 220). Desde luego, si reducimos la memoria humana
a una simple caja que almacena información de corto plazo, eso puede
ser asumido por los computadores, pero si concebimos a la memoria
como una característica exclusivamente humana y que no se reduce a
recordar información desechable sino que es esencial para nuestra
vida, porque no sólo nos permite recordar sino sentir, pensar y
sobrevivir, tener emociones y empatía, las cosas cambian
sustancialmente porque la memoria está viva, y la que se llama
memoria informática no.
Las transformaciones que están generando las
Nuevas Tecnologías de la Información sobre nuestro cerebro y
memoria se relacionan con la lógica del capitalismo actual de
inscribir a los seres humanos en el corto plazo, o más exactamente,
en el carácter instantáneo del tiempo comercial, un perpetuo
presente, sin pasado ni futuro. El ritmo vertiginoso y acelerado del
capitalismo sólo deja tiempo para consumir y tirar a la basura, con
lo cual se anulan las diferencias temporales. Ahora, “el proceso
productivo se presenta objetivamente como un gran flujo informático
que atraviesa los espacios tradicionales destruyéndolas y que anula
las distancias temporales con una inaudita aceleración del tiempo
(casi hasta la desaparición de las temporalidades tradicionales:
noche, día, laborable, festivo, etcétera)” (Barcellona, 1992:
23). De esta forma se nos ha robado el tiempo y el espacio, y por
tanto no hay lugar para la memoria, salvo que esta se puede convertir
también en una mercancía, en un bien de consumo, lo cual la
transforma y la aplasta, porque deja de ser un patrimonio crítico
del individuo y de la sociedad y deviene en un artefacto insustancial
que se reduce a la memoria informática, como indicamos más arriba.
En esas condiciones desaparece el ser humano como
un sujeto histórico, con vínculos profundos con su pasado personal
y social, para quedar reducido a un mero consumidor, que vive en un
presente eterno, sin antes ni después. De ahí que, entre otras
cosas, en las reformas educativas implementados en los últimos años
en diversos países del mundo se proponga de manera clara el abandono
a las nociones temporales, para que los estudiantes se doten de
competencias laborales y empresariales, atadas a la producción y al
consumo inmediatos, como cosas que son presentadas como las únicas
útiles que existen. Esto no es otra cosa sino hundirnos en la
barbarie, que, según Philip Rieff, es “la ausencia de memoria
histórica. Y esto es precisamente lo que caracteriza la mentalidad
mecanicista del tecnólogo” (cit. en Riechmann, 2006: 231).
Desde otro punto de vista, la expropiación de la
memoria fortalece al capitalismo, si la ubicamos en la perspectiva
que su expansión mundial aniquila otros espacios y otras
temporalidades. En ese sentido,
El tiempo real corre el riego de hacernos perder el pasado y el futuro a favor de una “presentificación” que supone una amputación del volumen del tiempo. El tiempo es volumen. No es sólo un espacio tiempo en el sentido de la relatividad. El volumen y profundidad del sentido, y el advenimiento de un tiempo mundial único que liquide la multiplicidad de tiempos locales es una perdida considerable de la geografía y de la historia (Virilio/Petit, 1996: 79).
Debe enfatizarse que existe otro elemento
adicional, la expropiación de la memoria de las luchas de los
oprimidos, cuyas gestas y logros, que se han materializado en
importantes rebeliones y revoluciones a lo largo de los últimos
siglos, han desaparecido del imaginario de las generaciones
contemporáneas que han sido “educadas” en la lógica capitalista
y neoliberal del fin de la historia y en la ideología TINA (There
is no alternative) que los obliga a pensar que este es el único
mundo posible, y tolerable y, además de todo, es insuperable.
Por todo ello, y para terminar, un proceso
revolucionario en el mundo de hoy debe recuperar otra visión del
tiempo, en el que se reivindique la lentitud, la quietud, el goce por
disfrutar cosas fundamentales de la vida que necesitan de tiempo, la
recuperación de la memoria de los vencidos y de sus luchas, para
iluminar el tenebroso presente capitalista, porque, como decía Oscar
Wilde, el socialismo necesita muchas tardes libres. O, para decirlo
con Pier Paolo Passolini, hay que reivindicar los tiempos lentos del
ser, en los cuales se pueda contemplar
un mundo agrícola con bosques y leñadores, la comida “sencilla”, la interpretación estética clásica […], las costumbres repetidas hasta el infinito, las relaciones duraderas y absolutas, las despedidas desgarradoras, los pasmosos regresos a un mundo que no ha cambiado (Pasolini, 1981: 149).
Renán Vega Cantor, revista Herramientas (Argentina)
La
historiografía dominante de hoy en día es, en gran medida, la
historiografía de la dominación. Suele tratarse a la gente
corriente -el pueblo, el común- como receptora y subordinada de la
historia, como instrumento y objeto de los asuntos históricos,
dejando de lado todas aquellas ocasiones en que el pueblo ha figurado
como agente y sujeto; como protagonista del porvenir; como entidad
distinguida y antagónica de aquellos que pretenden dominar la vida
social en beneficio propio.
Así,
por ejemplo, la historiografía dominante llama "encercament"
y "Desamortización" a un proceso histórico que, en mi
opinión, para designarlo sin eufemismos y evocar su significación
para el común, sería adecuado llamar "La expoliación masiva"
o "la gran privatización" o, en palabras del economista
Karl Polanyi, "una revolución de los ricos contra los pobres".
Este proceso suscitó, tal como patente El Común Catalán, fuertes
resistencias populares, ya que muchas personas lo percibir como un
colosal despropósito. Sin embargo, en los libros de historia de los
institutos de secundaria apenas encontraremos ninguna explicación de
estas resistencias; y las exiguas menciones que podemos encontrar
contienen una notable carga de desprecio y confusión. Es que la
historiografía dominante cruz, y quisiera hacernos creer, que
aquellas resistencias populares hacia el naciente sistema
estatal-capitalista provenían sólo de recalcitrantes y retrógrados
sectores religiosos, de conservadurismos desassenyats y
sentimentalismos monárquicos ... Pero las cosas no son exactamente
así. En buena medida, aquellas resistencias fueron la valerosa
expresión de seres humanos que se sentían mejor con propiedad
comunal que con propiedad privada; mejor con asambleas populares
potestativas con parlamentos y Estados; mejor con el contacto directo
con la tierra que entaforats en fábricas; y mejor con una cultura
popular genuinamente participativa que consumiendo pasivamente una
cultura mediática venal y banal.
De
entre estas resistencias populares, ocurridas en toda Europa, un caso
emblemático es el de los Diggers de Inglaterra. Los Diggers eran
personas que habían sido notablemente empobrecidas por el proceso de
expoliación y privatización llamado "Cerco" y, en 1649,
inspiradas por los dedos y hechos de Gerrard Winstalney, van
decidirse a ocupar y cultivar las tierras que legítimamente les
pertenecían pero que legalmente, debido a los "cercos",
habían pasado a manos privadas y privativas de burgueses,
aristócratas y terratenientes. Los métodos de los Diggers eran
sencillos, pacíficos y humildes; sus propósitos, loables:
pretendían que "el tesoro de la tierra sea compartido
por todos "para
alcanzar unas condiciones de vida dignas a través del laboreo en
comunión. Pero esta saludable volición contravenía radicalmente
las dinámicas históricas del emergente sistema estatal-capitalista,
por lo que los Diggers, igual que los campesinos alemanes que
protagonizaron grandes revueltas clamando "Omnia sunt communia!
"(Todo es común!), al igual que muchos pueblos castellanos,
gallegos, vascos y catalanes que se levantaron en defensa del derecho
foral y del consejo abierto ... fueron reprimidos hasta la derrota,
por orden de los poderosos terratenientes, capitalistas y gerentes
estatales que, de este modo, se impusieron despóticamente como
artífices de la modernidad.
Para rememorar estos
hechos y recordar el espíritu de los vencidos, Leon Roselsson,
cantautor de canciones políticas radicales, compuso en 1975 la
balada "The world turned Upside down "(" El mundo se
giró "). Dedicada particularmente a la historia de los Diggers,
la balada evoca sin embargo el espíritu general y esencial de la
resistencia comunitaria y popular ocurrida en Europa frente a los
embates del capitalismo y el estatismo ... un espíritu que, hoy que
este sistema está en bancarrota, conviene, quizás más que nunca,
rememorar. Es por eso que Juan Pedregosa y yo hemos
traducido y adaptado al
catalán dicha balada y la cantamos a menudo en los encuentros más
distendidas que hacemos con amigos y compañeros. Cuando David
Algarra me invitó a hacer una contribución para El Común Catalán,
pensé que resultaría apropiado aportar, como complemento artístico,
esta balada, ya que evoca de forma sintética y bonita los
principales sentimientos, ideales y experiencias de nuestros
antepasados que se invertir en construir y defender una forma de vida
del pueblo común, por el bien común y desde del sentido común.
Nuestra versión de "El
mundo se dio la vuelta" se puede escuchar y descargar por
Internet ( www.
elcomu.cat / www.
blaidalmau.net
) E invitamos a todos los que quieran a cantarla en veladas, fiestas
y conciertos. He aquí la letra:
Mil seiscientos cuarenta
y nueve,
en una colina agreste,
apareció el grupo de
los Diggers
haciendo sentir el
clamor de la gente.
Contra los
terratenientes
y sus leyes,
eran despojados
reclamando lo suyo.
En son de paz venimos
arar y sembrar,
a cultivar la tierra
comunal
para hacer crecer el
grano.
La tierra es dividida
pero la uniremos
y así volverá a ser
un tesoro común para
todos.
El pecado de la
propiedad
el rechazamos:
nadie debe comerciar con
la tierra
lucrándose
privadamente.
Robando y asesinando
se la quedaron
y ahora levantan muros
contra nuestra voluntad.
Para atarnos de manos y
pies
ellos hacen las leyes;
el clero nos vende el
cielo
amenazándonos con el
infierno.
Pero no nos preocupamos:
su Dios sagrado
engorda los ricos
mientras los pobres
pasan hambre.
De espadas no nos hacen
falta,
trabajamos juntos;
no nos inclinamos ante
patrones
ni pagamos alquiler a
los señores.
Personas libres somos
a pesar de ser pobres.
Levantémonos Diggers,
levantémonos por la
gloria!
De los terratenientes,
las órdenes
llegaron:
enviaron sus mercenarios
para ahogar aquel gran
clamor.
"Destrozar sus
hogares!"
"Queme su trigo!"
los dispersaron
pero su sueño perduró.
Pobres, aliente sesión;
ricos, tenga cuidado;
la tierra es un tesoro
para todos
no propiedad de ricos y
nobles.
Para todas todo
que todas somos uno.
Nuestro espíritu no
podrán nunca desterrar.
A pesar de que,
finalmente, los pueblos resistentes de toda Europa, al igual que los
Diggers, fueron arrebatados por el estatismo y el capitalismo, su
resistencia no ser, ni mucho menos, en vano: "nuestro espíritu
no podrán nunca desterrar" y "su sueño perduró ".
Efectivamente, el espíritu del común resistente a la modernidad
resuena cada vez más fuertemente hoy en día, inspirando y alentando
a muchos de los que buscamos alternativas realistas y deseables a la
Civilización moderna, una Civilización que ya ha mostrado
claramente que sufre de fallas múltiples y profundas y que sus
estructuras fundamentales están en decadencia y amenazan con
producir graves colapsos.
En este contexto, las
instituciones comunales y asamblearias, las costumbres fraternales y
convivenciales, la cultura popular y libre ... las cosas que
defendían, en buena medida, nuestros antepasados resistentes a la
modernidad se presentan como un faro que, plantado en el pasado, nos
ayuda a iluminar el presente y orientar mejor en la travesía hacia
el futuro. Este faro luminoso es de suma importancia para encarar
satisfactoriamente lo que, en mi opinión, es el gran reto del siglo
XXI, a saber: construir una nueva Civilización que, superando las
diversas fallas de la modernidad, pero también aprovechando los
avances y descubrimientos que en estos últimos siglos hemos logrado,
esté configurada realmente en favor de la Vida, es decir, una
Civilización en concordancia con los principios de Amor, Comunión,
Cooperación, Verdad y Autonomía.
Blai Dalmau Solé
Alt Empordà, Verano de
2015
http://blaidalmausole.net/
2. DOSSIER DE ECONOMISTAS SIN FRONTERAS:
EL PROCOMÚN Y LOS BIENES
COMUNES
Se trata de un texto colectivo que bien puede servir para conocer las diferentes perspectivas desde las que son contemplados estos términos, que a pesar de haberse puesto de actualidad, desde nuestro punto de vista están necesitados de una profunda revisión. No obstante, este dossier es interesante como punto de partida para la reflexión y el dabate. Puede ser descargado desde la sección de DESCARGAS.
1. LOS BIENES COMUNALES EN EL REGIMEN JURÍDICO DEL ESTADO ESPAÑOL
Necesitamos
conocer bien la legislación que rige los bienes comunales en la
actualidad, para poder intervenir con conocimiento de causa en cualquier
litigio, reivindicación y lucha en defensa de estos bienes y de su
actualización. Este es un primer informe. Iremos creando un dossier con
más información y herramientas.
Para conocer el régimen jurídico de los bienes comunales (a salvo lo dispuesto en la legislación autonómica aplicable) debe acudirse a lo establecido en los Art. 75 y Art. 78 del RDLeg. 781/1986 de 18 de Abr (TR. de las disposiciones legales vigentes en materia de régimen local), y en los Art. 94 y siguientes del Real Decreto 1372/1986 de 13 de Jun (Reglamento de bienes de las entidades locales) . Dicho régimen jurídico parte de un aprovechamiento de los mismos que se realizará, como regla general, en régimen de explotación colectiva o comunal.
Los Bienes Comunales (en la
actualidad, y como destaca el apartado 4 del Art.
2 del Reglamento de Bienes de las Entidades Locales, sólo
pueden pertenecer a los Municipios y a las Entidades Locales
Menores) son aquellos, según la LBRL,
cuyo aprovechamiento corresponda al común de los vecinos (el
inciso segundo del apartado 3 del Art.
79 de dicha norma misma, señala concretamente que "Tienen
la consideración de comunales aquellos cuyo aprovechamiento
corresponda al común de los vecinos").
Como se sabe, se trata de una variedad de
comunidad germánica o en mano común (sin cuotas indivisibles) y
están caracterizados, además, en tanto bienes de dominio público,
por las siguientes notas:
*Son
inalienables.
*Son
inembargables.
*Son
imprescriptibles.
*No están
sujetos a tributo alguno.
En lo que concierne a su régimen
jurídico, tal y como se indica en el Aprovechamiento
y disfrute de los bienes comunales, el Art.
75 del RDLeg.
781/1986 de 18 de Abr (TR. de las disposiciones legales vigentes en
materia de régimen local) establece lo siguiente:
-
El aprovechamiento y disfrute de bienes comunales se efectuará preferentemente en régimen de explotación colectiva o comunal.
-
Cuando este aprovechamiento y disfrute general simultáneo de bienes comunales fuere impracticable, regirá la costumbre u Ordenanza local, al respecto y, en su defecto, se efectuarán adjudicaciones de lotes o suertes a los vecinos, en proporción directa al número de familiares a su cargo e inversa a su situación económica.
-
Si esta forma de aprovechamiento y disfrute fuere imposible, el órgano competente de la Comunidad Autónoma podrá autorizar su adjudicación en pública subasta, mediante precio, dando preferencia en igualdad de condiciones a los postores que sean vecinos.
-
Los Ayuntamientos y Juntas vecinales que, de acuerdo con normas consuetudinarias u Ordenanzas locales tradicionalmente observadas, viniesen ordenando el disfrute y aprovechamiento de bienes comunales, mediante concesiones periódicas de suertes o cortas de madera a los vecinos, podrán exigir a éstos, como condición previa para participar en los aprovechamientos forestales indicados, determinadas condiciones de vinculación y arraigo o de permanencia, según costumbre local, siempre que tales condiciones y la cuantía máxima de las suertes o lotes sean fijadas en Ordenanzas especiales, aprobadas por el órgano competente de la Comunidad Autónoma, previo dictamen del órgano consultivo superior del Consejo de Gobierno de aquella, si existiere, o, en otro caso, del Consejo de Estado.
Por su parte, el Art.
78 indica que los bienes comunales que por su naturaleza
intrínseca o por otras causas, no hubieren sido objeto de disfrute
de esta índole durante más de diez años, aunque
en alguno de ellos se haya producido acto aislado de
aprovechamiento, podrán ser desprovistos de su carácter comunal
mediante acuerdo de la Entidad local respectiva. Este acuerdo
requerirá, previa información pública, el voto favorable de la
mayoría absoluta del número legal de miembros de la Corporación
y posterior aprobación de la Comunidad Autónoma. En el
supuesto de que tales bienes resultasen calificados como
patrimoniales y fueren susceptibles de aprovechamiento agrícola,
deberán ser arrendados a quienes se comprometieren a su
explotación, otorgándose preferencia a los vecinos del Municipio.
Con más detalle aborda el tema el Real
Decreto 1372/1986 de 13 de Jun (Reglamento de bienes de las
entidades locales), que, al margen de repetir en esencia lo ya
indicado, subraya que la explotación común o cultivo colectivo
implicará el disfrute general y simultáneo de los bienes por
quienes ostenten en cada momento la cualidad de vecino ( Art.
96 ), que la adjudicación por lotes o suertes
se hará a los vecinos en proporción directa al número de
personas que tengan a su cargo e inversa de su situación económica
( Art.
97 ), y que en la adjudicación por subasta, que debe ser
autorizada por la Comunidad Autónoma tendrán preferencia sobre
los no residentes, en igualdad de condiciones, los postores
vecinos, cabiendo la adjudicación directa sólo en el caso de que
no haya licitadores.El producto se destinará a servicios en
utilidad de los que tuvieren derecho al aprovechamiento, sin que
pueda detraerse por la Corporación más de un 5 por 100 del
importe ( Art.
98 ).
En casos extraordinarios, como apunta el Art.
99 , y previo acuerdo municipal adoptado por la mayoría
absoluta de número legal de miembros de la Corporación, podrá
fijarse una cuota anual que deberán abonar los vecinos por la
utilización de los lotes que se les adjudiquen, para compensar
estrictamente los gastos que se originen por la custodia,
conservación y administración de los bienes.
La cesión por cualquier título del
aprovechamiento de bienes comunales deberá ser acordada
por el Pleno de la Corporación, requiriéndose el voto favorable
de la mayoría absoluta del número legal de miembros. Otros
apuntes dignos de interés son la previsión de que parte de los
bienes comunales podrá ser acotada para fines específicos,
tales como enseñanza, recreo escolar, caza o auxilio a los vecinos
necesitados ( Art.
106 ) y el reconocimeinto de un derecho de tanteo
a la Entidad Local por parte del Art.
107, recogido en los siguientes términos: Las Corporaciones
locales podrán ejercer el derecho de tanteo en las subastas de
pastos sobrantes de dehesas boyales y de montes comunales y
patrimoniales, dentro de los cinco días siguientes al que se
hubiere celebrado la licitación, con estas condiciones:
-
Que acuerden la adjudicación en la máxima postura ofrecida por los concurrentes.
-
Que sujeten a derrama o reparto vecinal la distribución del disfrute y el pago del remate.
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