Entrado el otoño, llega el
tiempo de las bellotas y del PROYECTO ARRENDAJO. Este año también, siendo su
quinta temporada. Ésta durará lo que la presencia de bellotas maduras en los
quercus, desde finales de octubre/principios de noviembre hasta finales de
enero/principios de febrero.
Su esencia está en movilizar a
la sociedad civil popular para reforestar la península Ibérica, de modo que
cada persona recolecte 10 kilogramos de bellotas y luego las siembre allí donde
mejor pueda, en tierras comunales si es posible, o en baldíos, pastizales poco
o nada utilizados, plantaciones forestales (de pinos y otras coníferas, sobre
todo), monte bajo ralo, lindes de caminos, etc. Esto es, lo mismo que hacen los
arrendajos, esparcir bellotas por todas partes, de las cinco especies de quercus
que tenemos, encina, roble, quejigo, alcornoque y coscoja. Todo eso realizado año
tras año durante 20 años es el PROYECTO ARRENDAJO.
Pero hay más. Se necesita
difundir la idea base de dicho PROYECTO y formar personas. Para ello es
necesario efectuar mucho trabajo de concienciación, conferencias, charlas,
videos, mensajes de wasap, etc., sin olvidar los Cursos sobre Forestación.
SE INCREMENTA LA DESERTIFICACIÓN Y EL CAOS
CLIMATICO
Los últimos años están siendo muy
preocupantes en lo pluvial, agrícola, silvícola y ambiental. Periodos enormes
de sequía casi absoluta, con lluvias torrenciales que en un par de horas lanzan
sobre un territorio hasta el 25% de las precipitaciones anuales allí, seguidas
de 2-4 meses con cero lluvias. Calor horroroso muy por encima de la media habitual
no sólo en verano sino en todo tiempo, incluido el invierno. Aire seco o muy
seco, con una humedad relativa por debajo del 50% y a menudo incluso por debajo
del 30%, lo que es catastrófico para la flora. Extensión de la sequía estival
desde los 2 meses de antaño a los 5 meses actuales, con la práctica extinción
de las tormentas veraniegas, imprescindibles para que prosperen las plántulas germinadas
desde las bellotas y otras semillas silvestres. Olas de frio tremendas, nunca
antes conocidas por las bajas temperaturas alcanzadas y por su duración, que
tienen un efecto bastante negativo sobre la vegetación y los bosques. Vientos
huracanados, vendavales, ciclones, inundaciones, riadas, que originan muertes y
destrucción de infraestructuras, viviendas y otros bienes, con el
correspondiente incremento en flecha de la erosión hídrica y eólica, que
acelera todavía más la marcha hacia la esterilidad de las tierras agrícolas,
hacia el desierto y el hambre masiva…
Y esto es todo el planeta,
aunque más en la península Ibérica.
La escasez creciente de
arbolado, por la expansión descontrolada de la agricultura industrial que
abastece a las ciudades, las talas masivas, rotulaciones, reducción a
pastizales productivistas y otras actividades arboricidas, es la causa última
de todo ello. Los árboles regulan el clima del planeta y propician las lluvias,
en particular las de calidad, sin sequías interminables ni torrencialidad
devastadora, llenando los acuíferos, pero cuando su número ha descendido dramáticamente
(en él no entran las plantaciones forestales, que crean pseudo-bosques, en
nuestro país unos 10 millones de hectáreas), entonces el clima, sobre todo la
pluviosidad y las temperaturas, se caotizan. Tales son los efectos de la
“revolución verde”, ideada y organizada de los años 50 del siglo pasado desde
EEUU, que instauró la agricultura industrial mecanizada y quimizada, con la
destrucción masiva de los bosques y los montes, el uso intensivo de herbicidas,
el régimen de monocultivo agrícola propio del gran capitalismo de la agroindustria,
la concentración de la población en megalópolis cada día más disfuncionales, la
alteración radical del ciclo natural del agua, etc.
Las consecuencias están a la
vista, en todo el planeta. Reducción de las cosechas, lo que va cumpliendo el
pronóstico anunciado por Paul Roberts en “El hambre que viene”. Grandes
ciudades, cada vez más en todos los países, que padecen dificultades crecientes
para abastecer de agua a sus habitantes, las cuales, en unos años, tendrán que ir
siendo despobladas. Abandono de enormes extensiones de tierras hortícolas por
agotamiento de los acuíferos o cuasi desaparición de los cursos de agua
superficial abastecedores. Ríos antaño formidables hoy bastantes disminuidos de
caudal, como el Amazonas en Sudamérica, el Colorado en Norteamérica, el Yangtzé
en China, el Nilo en África, el Danubio en Europa, el Éufrates en Oriente
Medio, etc. Bajada de la capa freática de 4-6 metros de profundidad en el
interior de la península Ibérica hace un siglo a 100-150 metros hoy, lo que es
dramático para la supervivencia del arbolado en los cada vez más largos y
tórridos veranos, etc., etc.
Nos dijeron que la “revolución
verde” o “revolución agrícola” de hace 70 años iba a crear un paraíso de
abundancia, pero lo que ha resultado en verdad, tras los tres primeros decenios
de aparente efectividad, es lo ahora observable. Nos aproximamos a un tiempo
dramático de hambres e incluso hambrunas años tras año por el descenso en
picado de los rendimientos agrícolas y ganaderos, a causa del caos y desorden
del clima, así como de la decadencia de la fertilidad de las tierras y la falta
de agua. Ahora ya estamos en una disminución global de un tercio en las
cosechas, pero esto es sólo el principio.
LA EXPERIENCIA HISTÓRICA
Se ha dicho que el bosque antecede
al arado y el desierto lo sigue, y nunca ha sido ese aserto tan verdadero como
ahora.
Veamos algunos casos
históricos y actuales. En Grecia, la emergencia de los Estados, la construcción
de grandes ciudades, las roturaciones masivas y la construcción de grandes
flotas de guerra, sobre todo para la Guerra del Peloponeso, llevaron a una tala
y corta masiva del arbolado que alteró el clima, disminuyó el régimen de
lluvias y convirtió la Hélade en un territorio de montañas peladas, agrias y
estériles, y de llanuras degradadas a secarrales. El actual desierto del Sahara
fue antaño un colosal espacio verde y fértil, lleno de agua y de fauna, pero
las inmensas roturaciones efectuadas en el periodo romano, cuando el norte de
África fue el granero de Roma, causaron un descomunal daño medioambiental, situación
muy agravada por el islam tras su conquista de este territorio en el siglo VII,
de donde ha emergido el actual desierto norteafricano.
El sureste de la península
Ibérica fue arruinado por el imperialismo romano, que cortó su arbolado para
cocer las ánforas en que era exportado el aceite de la Bética, tragedia
medioambiental que el islam amplio y reafirmó, destruyendo buena parte de los
bosques de encinas que existían aún en el sur de la península, para abastecer
de leña y madera a entes poblacionales sociológica y ambientalmente aberrantes,
como fue Córdoba en el siglo X y el resto de las grandes megalópolis andalusíes.
Las ciudades romanas se fueron ahogando a causa de los anillos de deforestación
constituidos para proporcionarlas leña y madera, lo que hacía que se fueran
secando los manantiales y no pudieran ser abastecidas de agua, lo que contribuyó
a su despoblación. Lo mismo exactamente tuvo lugar en las ciudades mayas, que
para el siglo IX son abandonadas, en un clima de guerra civil entre las muy
crueles elites gobernantes y el pueblo llano. La isla de Pascua se hundió
demográfica y económicamente cuando sus habitantes cortaron hasta el último de
los árboles que antaño la poblaban. La desamortización civil, con la
apropiación matonil por el Estado español del comunal para su venta, ha sido la
mayor catástrofe ambiental de la historia de la península Ibérica, resultando
de ella una disminución perceptible del caudal de los ríos, lo que documentos
del último tercio del siglo XIX manifiestan, así como importantes alteraciones
en el clima.
El llamado desierto de
Tabernas, en Almería, fue otrora una dehesa ahuecada de encinas, pero la
explotación de minas de hierro en la zona por compañías inglesas, en la segunda
mitad del siglo XIX, extrajo de ese territorio hasta un millón de encinas en
muy poco tiempo, para abastecer de madera a dichas minas, de donde resultó una
catástrofe climática, hídrica y edáfica que formó dicho desierto. Las Bárdenas,
en Navarra, durante siglos fueron tierras comunales (los serviles dicen
“reales”), es decir, pastizales con monte bajo y monte alto para la invernada
de los rebaños que en verano pastaban en el Pirineo, pero con la
desamortización del siglo XIX se fueron poniendo en cultivo, siendo roturadas,
lo que ocasionó un vertiginoso declive de la calidad de sus suelos y un cambio
climático comarcal devastador, formándose así el mayor desierto europeo.
El caudal de las aguas que
llegaban a los canales del riego de la huerta de Valencia, en lo esencial
edificados por los íberos, disminuyó de forma bien perceptible a finales del
siglo XIX, lo que fue observado con preocupación por sus usuarios, debido a la
deforestación que había padecido las serranías de Cuenca y Teruel con la
desamortización, donde tienen el nacimiento y cabecera los ríos que los
abastecen. El mar de Aral, la mayor acumulación de agua dulce del mundo hasta
hace 50 años, ha sido casi desecado por la extracción de enormes cantidades de
sus aguas para regar campos de cultivo de nueva creación, lo que se realizó en
tiempos del ecocida régimen comunista en Rusia, atrocidad que ha hecho de él
poco más que una charca de aguas salobres y contaminadas, sin ningún uso,
alterándose muy a peor el clima de una enorme extensión territorial.
El franquismo, en los años 40
y 50 del pasado siglo, roturó y sembró inmensas extensiones de tierra de
pastoreo, monte bajo y monte alto, para cultivarlas durante 3-4 años y luego
abandonarlas deforestadas y agotadas. En esos años hizo otra barrabasada más,
la desecación de numerosos humedales, lagunas, lavajos y charcones, lo que
contribuyó a alterar a la baja el tan delicado como decisivo mecanismo de la
humedad relativa del aire. Una tercera tropelía del régimen de Franco fue poner
pinos en unos 3,5 millones de hectáreas, lo que contribuyó a trastornar tanto
las condiciones climáticas como el régimen de precipitaciones y la calidad de
los suelos.
La barbárica corta de árboles
que está padeciendo la cuenca del Amazonas desde 1980, sobre todo para
establecer pastizales y cultivos de maíz transgénico que abastezcan de carne
barata a las grandes compañías transnacionales yankis de comida basura, ha
provocado un cataclismo hídrico y climático en su subcontinente, de donde el
río más caudaloso del mundo ya no es lo que era.
En EEUU, el decisivo rio
Colorado, que origina una riqueza de 1,4 billones de dólares anuales en su
cuenca, se halla en trance de dejar de correr, de secarse. Algo similar está ocurriendo
con el Níger y el Nilo en África central, que a menudo ya no pueden ser
navegados por la enorme disminución de la altura de sus aguas, y con el rio Yangtzé
en China, antes citado, hoy no practicable en inmensos tramos, cuando hasta
hace poco era una vía de comunicación y de comercio decisiva para la China del
interior, siendo los casos citados sólo una parte reducida de lo que está
sucediendo, como expone un texto de título “De China a EEUU: los ríos de todo
el mundo se están secando”. El establecimiento de los grandes centros de la
industria tecnológicamente puntera, como Silicon Walley, que trabaja principalmente
para el ejército USA, ha agravado la situación, pues dicha industria consume
cantidades descomunales de líquido elemento. Los cursos de agua peninsulares
conservan la impronta del cambio hídrico a peor acaecido, pues cuando se erigieron
las grandes presas que los sangran y ahogan, en los años 1950 a 1980, se les
calculó vasos de acumulación de acuerdo a los datos reales (no los amañados sobre
aquella época, que ofrecen ahora las estadísticas oficiales) de pluviosidad a principios
del siglo XX, pero en la actualidad muchas de esas presas no logran llenar
tales vasos ni al 10% de su capacidad. De hecho, los embalses de cabecera de
Tajo, Entrepeñas, Buendía, etc., son ahora poco más que grandes charcones de
barro y cieno, lo que prueba que para finales del siglo XIX y principios del
XX, todavía sobrevivía un denso arbolado autóctono. Hoy ya no. Entonces había
agua en abundancia, hoy poca, y cada vez menos. En la terrible sequia de
1992-1995, el ayuntamiento de Sevilla elaboró con carácter de urgencia un plan
para el abandono de la ciudad al no poder suministrar agua a su vecindario por
agotamiento absoluto de los embalses abastecedores.
Los daños medioambientales de
dicha sequía, terribles y muy extensos, son todavía visibles, siendo una severa
advertencia que nadie escuchó. El estudio de las causas de los años de malas
cosechas entre el siglo XVI y principios del XX muestra que en la gran mayoría
de los casos el motivo fue el exceso de lluvias y nieves, además de heladas
tardías, mientras que la sequía solo se dio en una reducida minoría de ellos.
Esto señala a la terrorífica deforestación que ocasionó el expolio del comunal
en el siglo XIX como principal causa agente del cambio climático en la
Península Ibérica. En definitiva, sostener que es indiferente para el clima y
la pluviosidad que aquélla esté cubierta de árboles, como en el siglo XV, o
convertida en un semi desierto, tal como aparece en el presente, es al mismo
tiempo una estupidez, una perversión y una maldad.
El problema del agua se ha
convertido en cuestión decisiva, vital, para la supervivencia de la humanidad,
y en causa primera del abandono forzoso de las ciudades a medio plazo. Y sólo
puede resolverse por medio de una forestación inmensa, colosal. Esto demanda un
cambio revolucionario en el modelo de sociedad: vaciar las ciudades, ir a vivir
al campo, sustituir la agricultura capitalista actual por otra de naturaleza
comunal, elimina el uso de herbicidas y pesticidas, cambiar el ciclo del agua
en las ciudades, que convierte el agua dulce de los ríos en agua salada del
mar, por el ciclo del agua en el campo, que preserva el agua dulce como tal, y,
sobre todo forestar, forestar, forestar, en lo que es ya una carrera contra
reloj…
Como ejemplo positivo hay que
citar lo realizado en alguna área semi desértica de Australia, donde una
enérgica, inteligente y masiva forestación con árboles y arbustos, unida a la
incorporación de ganados en extensivo, ha modificado a mejor el clima,
multiplicado las precipitaciones y mejorado la calidad de éstas, de donde ha
resultado que los manantiales y arroyos han vuelto a correr y a tener agua. Eso
debe hacerse en todas partes, en todo el planeta.
Las ciudades se pueden
abandonar ordenadamente y de forma voluntaria, antes de que se vuelvan del todo
invivibles. Ya sucedió en Roma a partir de finales del siglo II, por causas muy
parecidas a las actuales. Pero también puede tener lugar el abandono en
condiciones dramáticas, cuando ya todos vean las orejas al lobo. La teoría de
las catástrofes de Rene Thom arguye que, en la realidad, el cambio no es ni ordenado
ni indoloro sino angustioso y terrorífico.
Una versión amable, evolutiva,
de todo proceso histórico y del futuro es irreal, describe lo que nunca ha
sucedido y lo que nunca va a suceder. Los factores que irán arrojando a la
gente fuera de las megalópolis son la reducción de la llegada de alimentos, el
encarecimiento de estos, la escasez de agua y las temperaturas terribles de los
veranos, extendidas a varios meses más. Ciertamente, en el clímax de la crisis,
los poderes estatales prohibirán la salida de las ciudades, porque necesitan
mano de obra para el funcionamiento de las instituciones y de la gran empresa
capitalista. Quienes están persuadidos de la perennidad e invulnerabilidad del
sistema actual, por su “formidable” tecnología (inteligencia artificial,
robótica, etc.) y por otras cuestiones están a punto de sufrir un gran chasco,
de comprobar que el orden vigente es un gigante con los pies de barro, debido
precisamente a su naturaleza de hiper dictadura total y global, apropiada en
consecuencia para perpetrar todo tipo de aberraciones, entre ellas las que ha
efectuado con los bosques y la agricultura.
LOS ENEMIGOS DE LA FORESTACIÓN
MASIVA
Cuando se pregunta a gente
mayor, muy inteligente y muy observadora, del mundo rural por los años en que
el clima comenzó a “volverse loco”, lo sitúan en una horquilla que va desde
1968 a 1980. Añaden la apostilla que entonces comenzó el proceso, el cual ha
ido luego empeorando. Esos años son exactamente los inmediatamente posteriores
al inicio de la “revolución agrícola” en nuestro país, la cual tiene como
iniciación expansiva vertiginosa el periodo 1955-1965, bajo la dictadura
franquista. A partir de esos años, exponen los sabios rurales, fue lloviendo
menos y peor, las nieves menguaban, los veranos se iban tornando más calurosos,
muchos refranes agrícolas referidos a fechas y actividades de cultivo tendían a
perder validez, los arroyos menguaban su caudal, etc.
La cosa está clara. Pero el
sistema de poder mundial no puede admitir que la causa de la hecatombe climática
e hídrica sea la agricultura industrial, la deforestación y las ciudades, pues
eso cuestiona algunos de los elementos básicos decisivos de su régimen de poder.
Así pues, ha ido inventando falsas explicaciones, a modo de cortina de humo.
Una es el “cambio climático
por el efecto invernadero”, según el cual es el gas dióxido de carbono emitido
por la industria, los transportes, etc., lo que perturba el enfriamiento
natural del planeta. Hay que “descarbonizar”, hasta culminar todo ello en la
religión de la descarbonización, usar “energías renovables” de manera principal,
rehabilitar la energía nuclear y así sucesivamente. Pero la argumentación
básica, que el porcentaje actual dióxido de carbono constituye un efecto
invernadero, nunca ha sido probada experiencialmente, pues se basa en
proyecciones y cálculos por ordenados y nada más.
Es cierto que la proporción de
dióxido de carbono en la atmósfera se ha incrementado, pero de un modo
limitado, insuficiente para producir ningún resultado perceptible sobre el
clima o sobre cualquier otro asunto. Los partidarios de todo esto sitúan el
“calentamiento global” en la revolución industrial, fijando fecha para el
inicio de esta última con anterioridad a 1850, cuando ya era activa en varios
países. Desde entonces, aducen han sido lanzadas tan enormes cantidades de
dióxido de carbono a la atmósfera por la industria y los transportes que eso lo
explica todo. Pero, si la tierra lleva sobre si una envoltura de dióxido de
carbono que la impide liberarse de buena parte del calor que la llega del sol,
¿cómo es posible que entre 1900 y 1955, aproximadamente, se diera una pequeña era
glacial, con inviernos terribles, mucha nieve, veranos frescos, numerosas
precipitaciones, etc.?, y, ¿por qué los años 50 del siglo pasado fueron
particularmente lluviosos y húmedos?
Para “descarbonizar” han
llenado el paisaje rural de aerogeneradores, funestos ambientalmente y tóxicos,
y placas solares, aún más ecocidas, más tóxicas y además devoradoras de enormes
cantidades de agua. Unos y otros suelen colocarse sobre tierras comunales,
fraudulentamente apropiadas por los ayuntamientos y otros entes institucionales,
de manera que al mismo tiempo destruyen el comunal y destruyen el
medioambiente. Parlotean de “descarbonizar” evitando los largos recorridos en
el transporte de mercancías, pero el capitalismo, con su principio de la
ventaja comparativa y la especialización, cada vez se hace más consumidor de
energía y más emisor de dióxido de carbono, trayendo cebollas de Sudáfrica,
frutas de Chile, verduras de Perú, zanahorias de Italia, vino de Australia, etc.,
etc., etc., productos todos ellos que deberían cosecharse a 20 kilómetros como
mucho de donde esté el consumidor. Las grandes empresas capitalistas
industriales acarrean sus componentes y materias primas de lugares cada vez más
alejados, a miles de kilómetros, lo que consume una cantidad enorme de
derivados del petróleo y origina más dióxido de carbono. Así pues, la religión
de la descarbonización resulta ser un fraude, palabrería que algunos predican y
no practican. Como saben que es un mero pretexto propagandístico, un embuste
conveniente, que ellos no se creen, ¿por qué van a hacerlo?
El poder necesita un subterfugio
comunicativo para quebrar la resistencia popular, muy fuerte, a las energías
renovables ecocidas, y por eso acude a la historieta de la descarbonización. La
Unión Europea, en tanto que potencia imperialista que aspira a la hegemonía mundial
en un tiempo de tensiones bélicas crecientes, anhela lograr un grado mucho
mayor de autonomía energética, para lo que pone el acento en “las renovables”,
pero esto nada tiene que ver con frenar el “cambio climático” …
Es un dato decisivo que los
“descarbonizadores” se nieguen a forestar de facto. Esto no es lo suyo, al
parecer. Pero tal cuestión les desenmascara, asimismo, pues conforme a sus
teorética, el objetivo no puede ser simplemente evitar emitir más dióxido de
carbono sino además hacer bajar la proporción que éste tiene ya en la atmósfera.
Eso sólo puede hacerse expansionando la cubierta vegetal del planeta, pues la
flora, los árboles en primer lugar, es “devoradora” de ese gas, que lo utiliza
en su nutrición. Luego, si lo que exponen fuera consistente y serio, no una
narración engañosa, serían los primeros en forestar, pues no hay otra manera de
bajar el porcentaje del citado dióxido... Que no lo hagan les pone en evidencia
como farsantes e inmorales.
La doctrina sobre la
descarbonización es hecha suya por los aparatos estatales, la UE y el gran
capitalismo, por la izquierda en sus dos alas, socialdemócrata y estalinista
(fascista), y por todo el movimiento ecologista, mera tropa de ecofuncionarios
subsidiados por el Ministerio para la Transición Ecológica. Pero dicha doctrina
ha ido perdiendo credibilidad y partidarios, ya no es seguido con el fervor de
hace unos años, de manera que muy recientemente ha surgido una nueva teorética
mendaz, opuesta igualmente a la forestación, que es la de las estelas de los
aviones.
Es cierto que existe la
geoingeniera, dirigida a propiciar lluvias y también a impedirlas, que se desea
utilizar como arma. En la guerra Vietnam se arrojaron por los EEUU cientos de
miles de toneladas de sustancias dirigidas a evitar las lluvias (la más famosa
fue el agente naranja) para dañar la economía agraria del Vietcong y devastar
sus bosques, con muy pobres efectos, pues a pesar de las colosales cantidades
esparcidas, sus efectos en el resultado final de la contienda fueron practicamente
nulos, siendo EEUU el combatiente perdedor. Ahora los creyentes en lo pérfido y
conspiratorio de las estelas arguyen que basta con unas avionetas lanzando unos
cuantos cientos de kilos para que el clima de todo un país entre en una crisis
descomunal y, al parecer, también irreversible. Esto es imposible de creer,
pues lo que se logra realmente con esta actividad es, como mucho, introducir
modificaciones puntuales, mínimas y transitorias, pero nada más.
Llama la atención la
naturaleza irracional y disparatada de la formulación. Ahora numerosas grandes
empresas transnacionales, bancos, fondos de inversión, fondos de pensiones,
compañías punteras del agronegocio mundial, etc. están comprando muchísimas tierras
en España, para constituir grandes explotaciones agrarias y ganaderas, enormes
latifundios, con miles y miles de hectáreas cada uno. De ser cierto lo de las
estelas, ¿por qué aquéllas lo hacen, por qué compran, si la supuesta actividad de
los aviones va a arrasar la península? E incluso, ¿por qué admiten las
compañías capitalistas ya establecidas en el agro que tal acción les esté
produciendo pérdidas cuantiosas, de un tercio anual de la cosecha, algo así
como unos 30.000 millones de euros anuales? Dado que es mucho lo que pierden, ¿por
qué no denuncian, por qué no lo impiden, pues sus propietarios son personalidades
decisivas, con un poder económico y no económico inmenso. Más aún, la industria
turística, cardinal en nuestro país, depende del agua y de los alimentos, de
modo que los aviones formadores de estelas, supuestamente, van a hacer perder
decenas de miles de millones a los grandes empresarios del sector y arruinar a
España…. Increíble, y además estúpido.
Y, en China ¿también las
estelas están devastando el rio Yangtzé, que es vital para la economía de ese
país, y, ¿ello es un absurdo acto de masoquismo de los chinos, o es una
agresión de una potencia enemiga? No se entrará en los billones de toneladas de
productos distorsionadores del clima que son precisos, ni en la flota colosal
de aviones, más de los existentes en todo el mundo, necesaria para efectuarlo,
ni en los costes inmensos que la operación demanda…
Los conspiracionistas pro
estelas reducen la cosa a lo que sucede en su ciudad y comarca, pero el
fenómeno es mundial, planetario, está sucediendo en todas partes. Por ejemplo,
la desecación de la cuenca del rio Colorado en EEUU, ya citada, que es al mismo
tiempo una catástrofe económica, y que debe ampliarse al colapso creciente de
la agricultura en todo el suroeste de ese país, por agotamiento de los
acuíferos, desaparición de ríos y arroyos, escasez de lluvias y salinización de
las tierras hortícolas, ¿es debida también a las estelas?
Pero, ¿quién lo hace? Si son
aviones, la responsabilidad es de las fuerzas aéreas de cada país, del ejército,
que controla absolutamente el espacio aéreo. Por tanto, los conspiracionistas
deberían marcarse como uno de sus blancos de ataque el ejército, organizando
concentraciones combativas ante los aeropuertos de donde, según ellos, salen
las aeronaves fumigadoras… Pero no, pues ellos son sujetos de extrema derecha,
más bien neonazis, que adoran a los militares, es más, que están al servicio de
ellos. Así pues, van dejando entrever paso a paso que quienes hacen lo de
“echar mierda” (esta es su expresión favorita) desde aviones son… “los judíos”.
Hasta este nivel de estupidez y maldad llegan. Así contribuyen a la
constitución de un nuevo partido neonazi en España, al servicio de los
militares y del gran capitalismo, un partido de matones y dementes, para
sembrar el terror entre las clases populares y los revolucionarios.
Toda esta grotesca historieta
es una creación de la extrema derecha fascista del partido republicano yanki y
de la CIA. Su principal propagador es Dane Wigington, que admite haber sido de
la CIA pero que, en el presente, asevera no serlo ya…, teniendo aquí, en el
país, una lamentable corte de serviles discípulos, gente de una ignorancia y
una credulidad descomunales. Con ello, salvan de toda responsabilidad a la
agricultura industrial, la deforestación y la concentración de la población en
las ciudades, al gran capitalismo y a la estructura más básica de los entes
estatales. De eso se trata. Y, por supuesto, los conspiracionistas neonazis pro
estelas tampoco forestan, tampoco siembran bellotas, tampoco plantan árboles,
también boicotean el Proyecto Arrendajo. Todo posee su lógica interna.
CONCLUSIÓN
A medida que la catástrofe
agrícola, hídrica y medioambiental que está ocasionando el gran capitalismo se
vaya manifestando, surgirán más teorías para hacer de cortinas de humo, pues lo
que está en riesgo es la existencia misma de la humanidad, por lo que está
sucediendo es un acicate importante en pro de la revolución integral. Hay que
refutarlas, desmontarlas, denunciarlas, a ellas y a quienes las propagan. Pero
sobre todo hay que sembrar bellotas y difundir todo lo posible, y por todos los
medios, el ideario y programa del Proyecto Arrendajo
Félix Rodrigo Mora
Nota. Para la mejor comprensión de lo aquí expuesto es recomendable el libro “Naturaleza,ruralidad y civilización”, en el apartado “Los montes arbolados, el régimen de lluvias y la fertilidad de las tierras”. También, “¿Revolución integral o decrecimiento?”. Preguntar por ellos en luchayservicio arroba gmail punto com. Para la crítica global del conspiracionismo neonazi está el libro “El conspiracionismo, la extrema derecha y el Estado”.
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